martes, 23 de febrero de 2010

Asientos y apariencias (Preludio)

Siempre hay personas que me han caído mejor y otras que me sientan como una patada en las posaderas. Es algo que ocurre a simple vista y en raras ocasiones suelo equivocarme. Las apariencias son tan ciertas como el folio en el que escribo y quien lo niegue, miente con todas sus piezas dentales. El otro día no pude realizar mi rutinario viaje a la Universidad en bus por dos minutos más de cama. ¡Así es la pereza humana! Así que, con un humor de gatos (siempre me han parecido peores que los perros) me dispuse a coger otro autobús. Vivir lejos es a veces una gran ventaja, puesto que, generalmente, la primera parada o la última, según se mire, se encuentran cerca. Por eso, siempre me quedo solo y puedo elegir dónde quiero sentarme. Conforme pasan las paradas, la villavesa comienza a llenarse y los asientos escasean. Es matemático ver cómo todas las personas prefieren sentarse solas en lugar de compartir asiento con cualquiera. Al entrar en el autobús, nuestros ojos funcionan como una especie de radar que selecciona los asientos más adecuados para cada uno. Así, descartamos el del joven que escucha música a tope, el de la mujer maquillada como una furcia, el del hombre con pinta de carterista, el de la anciana cronista de la historia del siglo XIX en doce paradas de autobús... Somos muy selectivos y, además, podemos montar un puesto del Tarot. Sin embargo, el colmo llega cuando alguien se sienta a tu lado y en cuanto queda otro sitio libre, se cambia. No lo he soportado nunca. Entonces te cuestionas y te paras a pensar en que quizá tu colonia no huele todo lo bien que tu abuela decía, o que no has acertado combinando tus prendas como consecuencia de una ceguera legañosa mañanera. No lo entiendo.
Sin embargo, todavía seguimos adoctrinando a nuestros pequeños con películas que demuestran que la belleza está en el interior, en el corazón. ¡Y un bledo! Cuando tenga hijos, no les pondré La Bella y la Bestia, les prepararé para la realidad y en su lugar, será más efectivo el vídeo de seguridad de algún autobús para que comprendan de qué pasta está hecha la raza humana. También, les inculcaré el valor de la apariencia, ¿perverso? No, realista. Para que nunca tengan que viajar en autobús solos pensando que huelen a pachuli barato o no distinguen el rojo del verde.

viernes, 19 de febrero de 2010

Tampoco nos sobra corazón


Venga con nosotros, al fin y al cabo, somos los únicos que parecemos tener un poco de corazón aunque no nos sobre. Deje el bastón y siéntese en esta butaca. Por un día, las tornas han cambiado y, hoy, voy a ser yo el que le cuente un cuento real, no para dormir, sino para que sea capaz de abrir los ojos.
Soy joven, lo sé. Usted algo mayor pero no inútil. Ochenta y muchos años de experiencia trabajada en sus espaldas que lo demuestra. De eso estoy seguro. Sin embargo, todavía no ha aprendido que sus cuervos, a diferencia de los del refrán, ya no sólo saben sacar los ojos. Ahora, también han aprendido a llevarse todo lo que pueden, incluso su ilusión. Por muy poco calcio que tengan sus huesos, todavía pueden dar mucha guerra y paseos por el campo de batalla filial. Y si no lo consigue, ya le daremos leche pero sin ningún tipo de vitamina que la adoctrine. Leche pura, como la de sus tiempos.

Lo admito, sé que fuimos los primeros en errar porque es de humanos y nosotros lo somos. Pero también, sabemos rectificar y no circulamos en procesión, como santurrones, portando el estandarte de la hipocresía, de la más absoluta falsedad.

["El oro, pa' quien lo quiera"]